Nora O. Lozano
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Hace dos semanas tuve el privilegio, una vez más, de dirigir el entrenamiento del Instituto de Liderazgo para Latinas (Latina Leadership Institute) en Texas. Este año fue particularmente especial porque iniciamos las celebraciones del décimo aniversario del trabajo del instituto. Como parte de estas celebraciones, el consejo directivo me invitó a que compartiera la trayectoria de liderazgo del instituto.
Ofrecí una reflexión sobre los principios, las diez generaciones, las diez grandes predicadoras que nos han desafiado con diversos temas de liderazgo, la talentosa facultad, y las presentadoras extraordinarias que a través de los años nos han ayudado a crecer al compartir su caminar en el liderazgo. Además, hablé acerca de quienes han apoyado/favorecido al instituto — primeramente Dios, y luego los amigos/as y donadores/as. Fue una bendición el recordar y meditar en las formas en las cuales Dios ha prosperado este ministerio.
Al empezar mi presentación, hablé sobre dos preguntas que las estudiantes me hacen frecuentemente: ¿Cree que las cosas van a cambiar? Esta primera pregunta se refiere tanto a cambios en el sistema patriarcal presente, como al papel y percepción de la mujer en la iglesia y sociedad, particularmente la mujer latina.
Como respuesta, siempre comparto con las estudiantes que creo en el cambio. He visto grandes cambios durante mi vida: la caída del muro de Berlín (1989); la disolución de la Unión Soviética (1991); y el fin del Apartheid en Sudáfrica (1994). Durante mi tiempo de niñez y juventud, ¿quién se hubiera imaginado que estas situaciones político/sociales iban a cambiar? Sin embargo, ¡sí cambiaron!
Continúo compartiendo que posiblemente yo/nosotras nunca vamos a efectuar un cambio mundial tan grande, pero que todos los cambios son importantes. Podemos ser agentes de transformación en nuestros pequeños o grandes círculos de influencia. Si una mujer es transformada en estos entrenamientos, y más adelante se convierte en un agente de cambio en su propia familia, iglesia, y comunidad, estos entrenamientos valen la pena y la inversión de mi tiempo, talento, y energía.
La segunda pregunta es: ¿Por qué hace esto? Bueno, la respuesta anterior parcialmente contesta esta pregunta, pero la razón principal es que lo hago porque tengo la esperanza de que la situación de la mujer pueda mejorar.
La esperanza es un elemento esencial en el cristianismo. Algunas veces la palabra en sí no es mencionada específicamente en la Biblia, pero la noción siempre está allí. Las escrituras están llenas de significados, experiencias, y narrativas que transmiten esperanza. Seung Ai Yang expresa que “esperanza es ver hacia adelante, con confianza, algo bueno en el futuro” (“Hope,” The New Interpreter Dictionary of the Bible). M.W. Elliot afirma que la “esperanza se sitúa muy cerca a Dios”, (su naturaleza y trabajo). Por lo tanto, Dios es “el fundamento teológico de la esperanza humana…” (“Hope,” New Dictionary of Biblical Theology).
Dios, como el fundamento de la esperanza humana, se encuentra más fácilmente cuando una persona tiene un concepto positivo/saludable de Dios — tal vez Dios proveyendo liberación, protección, o vida abundante. Por el otro lado, un problema surge cuando el concepto de Dios es distorsionado debido a luchas humanas de poder que se manifiestan a través de conflictos de género, clase o raza. En lugar de ser el fundamento de la esperanza humana, esta noción distorsionada de Dios se torna en una fuente de opresión, inseguridad, miedo, y auto cuestionamiento. Estas características son las que permean las vidas de muchas mujeres y otras minorías.
He escuchado historia tras historia, no solo de Latinas, sino también de mujeres alrededor del mundo sobre como ellas perciben, desafortunadamente, que Dios pareciera estar contra ellas. ¿Cómo es esto posible?
Basándose en interpretaciones bíblicas incorrectas, estas mujeres son llevadas a creer que Dios las creó inferiores, y que Dios las culpa y las castiga por la caída del ser humano. Este castigo, entonces, se lleva a cabo al limitarlas, controlarlas, someterlas y silenciarlas. De manera concreta, esto implica que las mujeres no pueden ser líderes en la iglesia y/o sociedad. Esta perspectiva de Dios no provee esperanza para las mujeres, sino opresión.
Esta cuestión no afecta solamente a las mujeres. El reformador Martín Lutero, siguiendo una noción de un Dios critico y justiciero, solía morirse de temor frente a Dios. De la misma forma, los hombres que pertenecen a las minorías pueden sentirse oprimidos cuando la visión de Dios se asocia primordialmente con un hombre blanco y viejo. Cuando las nociones de Dios son usadas de manera opresiva, la esperanza pareciera desvanecerse.
Sin embargo, gracias a Dios, la esperanza no se desvanece por completo. Por la gracia de Dios, muchas de estas personas pueden aferrarse a un sentido de esperanza que “provee un lugar seguro, como una burbuja, en la cual pueden existir temporalmente” (M.W. Elliot). Este sentido de esperanza comúnmente es animado por una sospecha teológica/hermenéutica, la cual se mantiene cuestionando y desafiando lo que estas personas fueron enseñadas. Tal vez todavía no lo puedan verbalizar, o ponerle nombre, pero la sospecha está allí, y les mueve a la búsqueda.
Gracias a Dios, Martín Lutero encontró a un Dios de gracia y compasión.
En el caso de las mujeres, muchas veces esta búsqueda se torna en una bendición cuando ellas descubren a través de clases, entrenamientos, o conversaciones a un Dios que las incluye — un Dios que está a su favor, y no en su contra. Este Dios las invita a ser todo lo que pueden llegar a ser, y les abre las puertas para que usen sus talentos en todas las áreas de liderazgo, ya sea secular o ministerial.
Al entrar en esta búsqueda, estas mujeres encuentran también a Jesús, la revelación más complete de Dios (Hebreos 1:1-3), el cual afirma que el Reino de Dios y sus frutos están presentes aquí y ahora. El demostró con sus acciones, compromisos, y prioridades, que las mujeres son valiosas e iguales ante los ojos y el trabajo de Dios. Si bien es cierto que hoy en día este Reino existe entre la tensión del presente y el futuro que viene, lo que tenemos ahora, debido a la vida y labor de Cristo, es un nuevo orden que desafía al sistema patriarcal y a otras estructuras opresivas. Este Jesús se torna, también, en una fuente de esperanza para las mujeres.
Estoy tan agradecida que el instituto ha llegado a ser un instrumento en este proceso sagrado, esperanzador, y guiado por el Espíritu Santo, en el cual las mujeres pueden des-aprender y re-aprender lo que Dios, Jesús, el Espíritu Santo, y ellas mismas son.
Después de mi presentación, se abrieron los micrófonos para que la facultad y las estudiantes compartieran el impacto del instituto en sus vidas. Me maravillé al escuchar historias de transformación y empoderamiento que testifican del trabajo divino de esperanza que se dio cuando ellas re-conceptualizaron nociones teológicas esenciales.
Siempre me lleno de agradecimiento al escuchar testimonios como éstos. Sé que son poderosos, porque un día yo fui una de ellas, con las mismas luchas, falta de conocimiento, y con una sed extenuante de encontrar algo mejor. Por la gracia de Dios, y la guía del Espíritu Santo, encontré a un Dios incluyente que realmente es el fundamento de la esperanza humana. ¿Qué se suponía que debía de hacer con semejante regalo? Atesorarlo, vivirlo, disfrutarlo y compartirlo.
“De gracia recibisteis, dad de gracia.” (Mateo10:8)