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Todos los años durante el mes de mayo, actualizo mi foto de perfil de Facebook y pongo una en la que aparezco vestida con mi traje doctoral. Hago esto como una forma de honrar a mis estudiantes presentes y pasados, amistades y familiares, que se gradúan durante esa temporada en particular. Al seguir este ritual personal, le doy gracias a Dios por quienes están alcanzando metas académicas importantes, y oro para que Dios continúe bendiciéndoles en su trayectoria.
Con esta tradición anual, me he acostumbrado también a recordar a estudiantes y graduaciones del pasado, así como a ocasiones en las que me han invitado a compartir en eventos relacionados, ya sea como oradora o predicadora en una graduación. Aprecio estos eventos por razones múltiples. Me han ofrecido la oportunidad de celebrar con las y los graduandos y sus personas amadas, y me han permitido compartir algunas dosis de sabiduría que considero fundamentales para la vida y el ministerio/trabajo. Además, al prepararme para hablar, he tenido la oportunidad de evaluarme silenciosamente a mí misma para ver dónde estoy en relación con estas dosis de sabiduría, y qué cambios necesito hacer para ser una mejor persona y líder.
A través de los años, he identificado varios de estos principios fundamentales, pero por ahora sólo compartiré dos de ellos: Espiritualidad e integridad. (Tal vez el escribir sobre los demás principios también se convierta en una tradición de mayo para mí. Ya veremos el próximo año). Estos principios son importantes no sólo para las y los graduandos, sino también para cualquier persona cristiana que es líder.
Espiritualidad. Si bien es cierto que la mayoría de mis lectores/as afirmarían la importancia de permanecer conectados con Dios, también reconocerían que, muchas veces, tendemos a descuidar nuestra vida espiritual. Las razones son muchas, y probablemente algunas de ellas sean buenas, tal y como: “Estoy sirviendo largas horas en el trabajo de Dios”. Sin embargo, si continuamos esta tendencia, eventualmente nos agotaremos. Como líderes, debemos recordar lo que Jesús dijo en Juan 15:5 cuando habló sobre la vid y los pámpanos: “porque separados de mí nada podéis hacer”. Por lo tanto, si la vamos a hacer, y aquí no estoy hablando sólo de sobrevivir sino de florecer como líderes, necesitamos cultivar nuestra espiritualidad diariamente.
Ahora, reconozco que esto es un desafío, al menos para mí, porque pareciera que no hay suficientes horas durante el día. Sin embargo, también sé que, si no cuido mi relación con Dios, soy más vulnerable al agotamiento porque estoy desconectada de la fuente de vida. Soy más vulnerable a perder mi visión y misión como líder, porque he perdido mi enfoque en Dios. Soy más vulnerable a cometer errores, porque dependo de mi propia sabiduría, en lugar de la sabiduría de Dios.
Pero el cultivar una buena relación con Dios, nunca debe de abordarse de una manera utilitaria, en la cual invierto mi tiempo y energía con el objetivo de obtener excelentes resultados como líder. No, el verdadero objetivo de esta relación es la bendición de disfrutar la presencia de Dios. Mateo 6:33 nos invita a establecer las prioridades correctas: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Así que es una relación motivada por la alegría de conectarse con Dios, y los beneficios adicionales son sólo una consecuencia de la relación.
Integridad. Si una buena espiritualidad nos proporciona la vitalidad y la perspectiva adecuadas para avanzar en nuestra vida como líderes, la integridad nos otorga la autoridad y la credibilidad para poder hacerlo. Integridad se ha definido comúnmente como lo que hacemos cuando nadie nos está viendo. La integridad muestra la persona que realmente somos. Muchos hombres y mujeres que parecían estar en el camino a dejar un gran legado, lo han perdido debido a un problema de integridad. Un pasaje clave para mí al buscar la protección y el desarrollo de mi integridad es: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; Porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23).
Pero la integridad también involucra la forma en que nos relacionamos con las demás personas. Cuanto más considero este aspecto de la integridad, más aprecio la Regla de Oro (Mateo 7:12) que indica que debemos tratar a las otras personas de la manera en que queremos que nos traten. Esto se ha convertido en mi regla de ética. Ahora, esta regla es muy fácil de aplicar con las personas que nos caen bien, pero se vuelve más difícil cuando intentamos aplicarla a nuestro jefe dificultoso, a nuestra fastidiosa compañera de trabajo, o algunas personas en nuestra iglesia, especialmente a ese diácono que nos da tantos problemas. Sin embargo, esto no es una excusa para actuar de una manera inapropiada. Estas personas son responsables de su comportamiento, y nosotros somos responsables del nuestro. Si queremos que nos traten con compasión, amor, justicia y paz, entonces esa es la forma en que debemos de tratar a las otras personas. Si deseamos que la gente nos escuche de manera respetuosa y atenta, debemos escucharles también de la misma manera.
Finalmente, la integridad implica también, una buena ética de trabajo. Necesitamos ser intencionales al recordar que trabajamos para Dios, no para los seres humanos. Colosenses 3:23 menciona: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”. Por supuesto, todas las personas tenemos jefes terrenales, pero si recordamos que, en última instancia, trabajamos para Dios, terminaremos haciendo las cosas correctas porque Dios se merece lo mejor.
Esto también es importante porque vendrán decepciones. Cuántas veces, en las diferentes posiciones que he tenido, me he decepcionado con el resultado de una junta o un acuerdo. Cuántas veces he sido herida de manera sutil y poco sutil, pero siempre me ayuda el recordar que estoy allí porque estoy trabajando para Dios, y no para los seres humanos. Dios me puso allí, Dios me quiere allí, y respondo acerca de mis acciones y pensamientos primeramente a Dios, y luego a los seres humanos. Si sigo este orden, es mucho más fácil mantener la perspectiva correcta cuando las circunstancias se vuelven difíciles.
Muchas veces las graduaciones marcan el comienzo de una vida profesional o ministerial. Otras veces abren la oportunidad de llevar a un nivel más alto un puesto profesional o ministerial ya existente. A medida que los y las estudiantes celebran sus logros académicos, mi oración es que continúen nutriendo su espiritualidad y protegiendo su integridad. Si lo hacen, estarán en el camino correcto para tener éxito como líderes.
En cuanto al resto de nosotros/as, siempre hay tiempo para comenzar de nuevo. Si bien es cierto que las graduaciones son símbolos visibles de nuevos principios, la realidad es que los nuevos comienzos pueden ocurrir en cualquier momento, siempre y cuando tengamos el valor suficiente para decidir hacer cambios positivos en nuestras vidas. ¿Será hoy el día?