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La controversia de “Vete a casa” que ha inundado el contenido de mis redes sociales en las últimas semanas, nuevamente ha puesto en primer plano el tema de las mujeres en el ministerio. Si bien este debate reciente ha sido sobre los roles de las mujeres en el ministerio, el tema fundamental para mí sigue siendo el poder de decisión de las mujeres.
Seguí el debate con sentimientos encontrados. Como muchas personas, me sentí ofendida por las implicaciones de la declaración de John MacArthur “Vete a casa”, dirigida hacia la popular maestra de la Biblia Beth Moore. La inferencia de ésta es que el lugar legítimo de Moore, como mujer cristiana, es la casa. Para MacArthur y otros líderes evangélicos de ideas afines, el papel de Moore como oradora, predicadora y maestra influyente, no se ajusta al modelo teológico conservador complementario.
“Las palabras ‘Vete a casa’ me resultaron ofensivas porque a menudo son el lenguaje de repudio que se usa contra los latinos y latinas”.
MacArthur estaba enviando un mensaje a Moore y a todas las mujeres cristianas sobre su lugar “correcto” en la iglesia y en la vida. Al igual que a muchas otras personas, me ofendió la declaración de esas dos palabras de MacArthur y otros comentarios relacionados. Pero, como cristiana, latina, madre, teóloga, profesora universitaria y miembro de una iglesia bautista, los comentarios de MacArthur me parecieron ofensivos por dos razones adicionales.
Primero, las palabras “Vete a casa” me resultaron ofensivas porque a menudo son el lenguaje de repudio que se usa contra los latinos y latinas, independientemente de su lugar de nacimiento y ciudadanía. Me recordaron muchas de las historias que he escuchado en las comunidades latinas en respuesta a estas dos palabras. “¿A dónde debemos ir?”, se preguntan. “Los Estados Unidos de América es la única casa que conocemos”. Estas personas estadounidenses nacieron en este país. Su casa es aquí mismo.
Segundo, la frase “Vete a casa” sugiere que ir a casa es algo malo. Los hogares no son lugares malos o de castigo, a menos que sean lugares violentos donde las mujeres son dañadas y maltratadas.
Para mí, ir a casa tiene connotaciones positivas. Me encanta mi casa. Es un buen lugar, y desearía poder pasar más tiempo allí. Mis compromisos profesionales y ministeriales con frecuencia me mantienen lejos de casa. En esas ocasiones, a menudo pienso en cuán pronto podré volver de nuevo a mi casa.
Pero aquí está la diferencia: soy yo quien decide ir a casa.
En las sociedades patriarcales, a menudo a las mujeres se les niega el poder de decidir dónde quieren estar y cómo quieren invertir su tiempo y energía. Se les dice que “vayan a casa” como una forma de controlar y limitar sus opciones y potencial.
No hay nada inherentemente malo con que las mujeres estén en casa. Del mismo modo, no hay nada inherentemente malo con que las mujeres estén en un lugar de trabajo, ya sea ejerciendo una vocación secular o ministerial. Lo que sí está mal es negarles a las mujeres la oportunidad de decidir por sí mismas. El problema está en negarles la libertad y la oportunidad de ser constructoras de su propio destino.
Cuando hablo en conferencias o enseño en las aulas, muchas veces quienes me escuchan y me conocen bien, se sorprenden cuando menciono que me parece completamente bien cuando las mujeres quieren quedarse en casa. Esta opción me parece bien bajo dos condiciones. Primero, que la mujer sea la que decida quedarse en casa, no su esposo, padre, hermano, pastor o diácono. En segundo lugar, si está dentro de sus posibilidades económicas, ¿por qué no?
“Gracias a Dios por todas las mujeres en las Escrituras que demostraron su poder de decisión, al seguir llamamientos divinos”.
Al negarles a las mujeres su poder de decisión, algunas personas cristianas olvidan que las mujeres son creadas a la imagen de Dios, y como tales, son capaces de tomar sus propias decisiones.
Al negarles a las mujeres su poder de decisión, algunas personas cristianas olvidan que las mujeres son salvadas por Jesús para vivir vidas abundantes, no vidas limitadas y controladas por sistemas patriarcales.
Al negarles a las mujeres su poder de decisión, algunas personas cristianas olvidan que Jesús llamó e invitó a las mujeres a unirse a él en su ministerio de establecer el Reino de Dios en esta tierra (Lucas 8:1-3; Juan 4:39, 20:17-18).
Al negarles a las mujeres su poder de decisión, algunas personas cristianas olvidan que Jesús incluyó a las mujeres en las tareas de la Gran Comisión de hacer discípulos, bautizándoles y enseñándoles (Mateo 28:19-20).
Al negarles a las mujeres su poder de decisión, algunas personas cristianas olvidan que las mujeres han recibido dones individuales del Espíritu Santo, y que estos dones se dan de acuerdo con el plan de Dios y la voluntad del Espíritu Santo (I Corintios 12:11, 18), y no de acuerdo al género.
Al negarles a las mujeres su poder de decisión, algunas personas cristianas olvidan que las mujeres están incluidas en el sacerdocio universal de los y las creyentes, el cual Cristo estableció a través de su sacrificio. Este sacerdocio universal es un llamado a adorar, ministrar y servir, el cual incluye a todas las personas cristianas, hombres y mujeres (I Pedro 2: 9; Apocalipsis 5: 9-10). Sin embargo, hay que recalcar que cada persona tiene un llamado particular basado en el plan de Dios y la voluntad y dones del Espíritu Santo. De la misma manera que la salvación es personal, discernir el camino de Dios para la vida es también personal.
Gracias a Dios por todas las mujeres en las Escrituras que demostraron su poder de decisión al seguir los llamamientos divinos que recibieron de Dios, Jesús y el Espíritu Santo. En las palabras de Elisabeth Schüssler Fiorenza, estas mujeres son “nuestra herencia poderosa” porque nos brindan ejemplos notables de mujeres fieles y valientes.
Hermanas, a la luz de todo esto, “ir a casa” o “no ir a casa” está bien. ¿Cuál es su llamado y elección? Decida en oración, y luego hágalo, en el nombre de Dios, Jesús y el Espíritu Santo.