An English version is available here.
El mes pasado tuve la reunión de primavera del Instituto de Liderazgo para Latinas, organización que cofundé y donde sirvo como directora ejecutiva. Unos días antes de este evento, me senté en mi oficina para revisar una vez más las actas de la reunión anterior. Me dio gusto ver que se había cumplido un alto porcentaje de los asuntos que estaban bajo mi responsabilidad, sin embargo había dos de ellos, que debido a complejas circunstancias, no se habían hecho. Al preparar mi informe para el consejo, me sentí bastante preocupada por estos dos asuntos.
El viernes llegó, y después de una buena comida con las miembros del consejo, un devocional inspirador, y la aprobación de algunas mociones de apertura, se dio el momento de mi informe. Comencé con una gran historia para ilustrar cómo el entrenamiento del LLI había empoderado a una de nuestras estudiantes para iniciar un dinámico ministerio en su ciudad. Continué compartiendo todas las cosas que se habían hecho bajo mi liderazgo. Al referirme a la última línea de mi informe, recordé los dos asuntos pendientes. Tenía dos opciones: hablar abiertamente sobre ellos o esperar que las miembros del consejo los pasaran por alto. Dando un salto de fe, dije: “Estoy agradecida por todas las cosas que se hicieron. Tomaron mucho tiempo, energía y trabajo, y estoy muy contenta con los resultados, pero ahora… es tiempo de confesiones”. Todas se rieron, y eso me ayudó a relajarme un poco. Procedí a hablar de los dos asuntos que no se habían hecho. Expliqué las razones, y cómo se convirtieron en una imposibilidad dadas las circunstancias que habíamos enfrentado durante el año.
Para mi sorpresa, no hubo comentarios negativos hacia mí, mi desempeño, o las tareas que no se habían hecho. Esta confesión, por el contrario, abrió la puerta a una conversación extraordinaria, constructiva y visionaria sobre uno de los temas. ¡Ciertamente esto fue importante! Pero lo más importante para mí es lo que sucedió adentro de mí. Me vacié de sentimientos de incertidumbre y culpa, y se abrieron espacios tanto para pensamientos positivos como para una gran energía y creatividad. Realmente fue un proceso de empoderamiento que para mí cambió el tono de la reunión pues dejé las preocupaciones a un lado.
La Biblia habla sabiamente sobre este tema: Mientras me negué a confesar mi pecado, mi cuerpo se consumió, y gemía todo el día… mi fuerza se evaporó como agua al calor del verano (Salmo 32:3-4). En este caso, el salmista estaba ocultando un pecado, pero los sentimientos que él describe pueden aplicarse también a esconder alguna cuestión significativa en nuestras vidas.
Las personas especialistas en el tema del empoderamiento llaman a este proceso “salirse del closet”. Estas son palabras familiares que usualmente están asociadas con la comunidad LGBT. Sin embargo, en este caso, se refieren a personas que consideran tener una característica en su identidad, la cual les puede hacer que se perciban como diferentes/inferiores al resto de la población. La decisión de ocultar esta característica “tiene un costo en forma de disminución de la autoestima y miedo al descubrimiento”.
En estos casos, la falta de admisión y los temores al descubrimiento son debilitantes. Por el contrario, la aceptación y la confesión son liberadoras y empoderadoras.
Si bien este proceso puede traer libertad, no es algo fácil. Permítame ofrecer algunas cosas a considerar:
En cuanto a las confesiones relacionadas con el trabajo, por favor no consideren esto como una invitación a la irresponsabilidad. En mi caso, había hecho la mayoría de las cosas que me habían pedido. No es buena idea llegar a una junta con una lista de confesiones, cuando una persona sabe que ha sido negligente con sus responsabilidades durante todo el año. ¡No va a funcionar! Como personas cristianas, debemos recordar que estamos llamadas a una ética de trabajo superior porque laboramos como si lo estuviéramos haciendo por Dios (Colosenses 3:23).
La transparencia y la honestidad son cualidades claves de liderazgo tanto en nuestra vida personal, como ministerial o profesional. Lo más probable es que las personas que nos supervisan y/o que nos siguen pueden detectar cuando estamos fingiendo u ocultando algo. Por lo tanto, es mejor tratar el tema abiertamente.
Sin embargo, muchas confesiones, especialmente sobre cuestiones delicadas, pertenecen a lugares sagrados y confiables. Esto significa que debemos tener sabiduría para discernir el lugar, la gente y el tiempo correctos para abrirnos.
Finalmente, debemos recordar que todo tiene un costo. Por lo tanto, tenemos que evaluar qué costo es más grande. ¿Es mejor gastar mucho tiempo y energía escondiendo una situación, o es mejor, a largo plazo, el abrirse? Esta decisión requiere mucha oración y la consideración cuidadosa de todos los pormenores.
Si bien es cierto que mi situación no representaba una transgresión moral o una cuestión de identidad, me estaba costando mi energía y creatividad. Mi confesión me permitió sentirme libre y empoderada para continuar efectivamente con la junta.
Mientras reflexionaba en todo esto, vinieron a mi mente las palabras de Jesús: “la verdad os hará libres” (Juan 8:32). Dios nos conceda la sabiduría y valentía para reconocer nuestras verdades y discernir cuándo se debe de callar y cuándo se debe de hablar. En cuanto a mí, he tomado la decisión de incorporar un espacio para confesiones en todos mis reportes futuros. Espero no necesitarlo, pero nunca se sabe.