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El fin de semana pasado, mi página de Facebook estaba extremadamente polarizada debido a la diversidad de opiniones políticas y teológicas entre mis amistades. El viernes leí publicaciones de personas alabando a Donald Trump como si fuera el salvador del mundo, y también publicaciones demonizándolo como si fuera el diablo mismo.
El sábado, al igual, leí publicaciones de muchas amistades, mujeres y hombres, que asistieron orgullosamente a la Marcha de Mujeres en diferentes ciudades. Mientras que en otras publicaciones, noté que amistades se quejaban porque habían quedaron fuera de la marcha debido a sus posturas pro-vida. (Estoy consciente de la tensión que existe debido a las diferentes posiciones sobre los derechos reproductivos de la mujer, pero dejaré este tema para otra ocasión).
Gracias a las noticias y a las redes sociales, me enteré de las razones por las que muchas personas asistieron a la Marcha: enseñar a sus hijos e hijas la importancia de las protestas y la solidaridad; Mostrar a sus hijas su verdadero valor; Expresarse acerca de los derechos de las mujeres, la igualdad de todos los seres humanos, la inmigración y la justicia. Por supuesto, el común denominador fue una preocupación profunda por la agenda política, y las perspectivas y acciones de Donald Trump.
Entre las diferentes razones para marchar, hubo una que me llamó la atención. Una mujer afroamericana expresó en la televisión que marchaba porque quería que las nuevas generaciones conocieran su historia. La mujer, la cual se veía entre cincuenta y sesenta años, describió cómo había sufrido mucha discriminación debido a su género y raza. Mencionó que ella estaba allí para recordar, para recordarle a la gente de su experiencia, y para expresar enérgicamente su esperanza de que nunca volvamos de nuevo a esos tiempos.
Esta mujer me dejó pensando. Estaba ofreciendo una invitación para recordar junto con ella que no hace mucho tiempo, las mujeres se encontraban en situaciones más vulnerables, injustas y peligrosas, y que no debemos dar por sentado el progreso que han logrado las mujeres. Como mucha gente que marchaba, ella temía que bajo el presidente Trump, los derechos de las mujeres pudieran ser amenazados, erradicados y olvidados.
Los recuerdos son muy importantes. Nos maravillamos que nuestras computadoras puedan almacenar tanta información. Bueno, nuestras memorias hacen mucho más que eso. Podemos recordar por años, fechas, personas, eventos, lugares, música, comida o el olor de un perfume.
Por más maravillosas que sean, nuestras memorias humanas pueden perder algunas facultades debido a la falta de uso. Me sorprende el ver cuántos de nosotros/as hemos perdido la capacidad de recordar números telefónicos. Antes de usar teléfonos inteligentes, podía recordar tantos números de teléfono.
Los recuerdo se pueden perder, y las memorias humanas se pueden reconfigurar. Esa es la razón por la que esta mujer afroamericana quería asegurarse de que no olvidemos su historia, y que nuestra mente no vuelva a “normalizar” los tiempos en los que ella experimentó tanta opresión.
Los recuerdos son vitales para los seres humanos. Nos ayudan a desarrollar un sentido de identidad y pertenencia. Nos protegen al ayudarnos a recordar heridas y peligros previos. Pero también nos dan un sentido de esperanza, ya que nos permiten reflexionar en nuestras vidas, y recordar cómo ciertas experiencias y eventos nos han llevado a un futuro mejor.
La Biblia atestigua de la importancia de los recuerdos. En ésta, el acto de recordar tiene diferentes funciones. Según la erudita del Antiguo Testamento Dianne Bergant “… el recuerdo divino… generalmente beneficia a los seres humanos”. Cuando los seres humanos son quienes recuerdan “…es generalmente un acto de gracia divina que se recuerda… particularmente aquellos que incluyeron la experiencia de liberación…” Estos recuerdos “… llevaban a la gente a estar agradecida por esas bendiciones pasadas y a esperar bendiciones similares en el futuro”. Ella continúa resaltando que en el Nuevo Testamento “…recordar las promesas de Dios funciona como un estímulo para tener confianza y valor… Se les dijo a los discípulos que recordaran las palabras y acciones de Jesús de la misma manera en que recordaban los actos de gracia de Dios” (“Memory,” The New Interpreter’s Dictionary of the Bible).
Por lo tanto, el recordar para las personas cristianas es un llamado a la acción: expresar gratitud por las bendiciones del pasado, así como tener confianza, valor y esperanza para el futuro.
De manera similar, la invitación de Jesús a “Haced esto en memoria de mí” (I Corintios 11:24-25) implica gratitud por su encarnación, vida, acciones, muerte y resurrección, pero también implica una acción particular: Anunciarlo/proclamarlo hasta que él vuelva (I Corintios 11:26).
¿Cómo recordamos y proclamamos a Jesús? Lo hacemos siguiendo su llamado. Sin embargo, a veces este llamado no es muy claro. El teólogo Jon Sobrino destaca cómo Jesús “ofrece salvación a todos y hace demandas de todos, pero de una manera muy diferente” (Jesus the liberator, p. 96). Esto implica que el curso de acción posterior a la salvación es diverso. Los líderes religiosos arrogantes fueron llamados a la humildad, la gente rica a compartir sus riquezas y las personas encumbradas a dejar sus vidas de privilegio. Por otra parte, la gente oprimida fue llamada a reconocer su valor ante Dios y la sociedad, a tomar su lugar en la mesa, y a reclamar y vivir vidas como seres humanos completos, creados a la imagen de Dios.
¿Dónde encajamos en este cuadro? ¡Es una pregunta difícil! Como seres humanos somos seres multifacéticos. Podemos jugar simultáneamente el papel de la persona opresora y de la oprimida, dependiendo de los diferentes aspectos de nuestras vidas. Tomemos mi vida como un ejemplo. Como mujer latina, ciertamente entro en la categoría de una persona oprimida debido a mi raza y género. Sin embargo, soy educada, y tengo un trabajo profesional remunerado que me permite vivir cómodamente. Por consiguiente, al compararme con muchas de las personas de todo el mundo que viven con unos pocos dólares al día, y que no tienen una vivienda segura, electricidad, agua potable, o educación formal, fácilmente puedo ser catalogada como rica.
Por lo tanto, mi llamado individual es a compartir en las áreas donde tengo más que el o la ciudadana global común (conocimiento, recursos materiales, influencia), pero en relación a las áreas donde soy oprimida (raza y género), necesito continuar hablando fuerte y sin miedo, protestando, desafiando al sistema y tomando mi lugar en la mesa.
Pero éste, es también un llamado comunal. Necesito desafiar a las comunidades donde existo para ayudarlas a reconocer, en el panorama global, sus lugares de privilegio y desventaja, para que en consecuencia puedan actuar de una manera apropiada.
Como buena profesora, quiero dejarlos con dos preguntas de reflexión: ¿Dónde está usted en el panorama nacional y global? ¿Dónde está su iglesia y su comunidad? Si no lo sabe con certeza, por favor consulte algunas estadísticas nacionales y globales sobre niveles de educación, vivienda, salarios, acceso a agua potable, disponibilidad de servicios médicos, etc. Esta información nos ayudará a recordar dónde estamos, así como los desafíos que tenemos ante nosotros/as al promover la vida abundante que Dios quiere para cada ser humano.
En cuanto a la mujer afroamericana que marchaba el sábado, no olvidaré su historia. ¿Cómo podría? Su historia, dolor y miedo son míos también, pero su esperanza también es mi esperanza.
Ahora usted conoce su historia también, por favor recuérdela, y actúe de la manera más apropiada.