Nora O. Lozano
Traducido por Cristina Rodríguez Alejandro
An English version is available here.
Existen ciertas experiencias que se quedan marcadas para siempre. Tuve una de ellas hace cinco años; fue un sábado, 18 de diciembre del 2010, cuando se suponía que iba a volar del aeropuerto de Heathrow en Londres a San Antonio, Texas. Había estado en Oxford una semana trabajando como parte del equipo de la Alianza Mundial Bautista (Baptist World Alliance en inglés), que sostuvo conversaciones teológicas con la Iglesia Católica (Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad Cristiana).
Realmente había disfrutado las cuatro sesiones anuales anteriores, pero ésta era una que temía. El 2010 había sido un año difícil en muchos sentidos. Además, sabía que iba a hacer mucho frío, que íbamos a trabajar largas horas, y que la fecha era muy cercana a Navidad. Al final de la semana estaba agotada y más que lista para regresar a casa.
El sábado temprano tomé un autobús hacia Heathrow y me percaté que la nieve estaba cayendo con más fuerza. Llegué a tiempo al aeropuerto y esperé y esperé mi salida… hasta que la pantalla mostró que todos los vuelos se habían cancelado. Quedé atrapada en la famosa tormenta de nieve del 2010 que paralizó la mayor parte de Inglaterra y una buena porción de Europa.
Inmediatamente después de los anuncios de cancelación, el aeropuerto se convirtió en un caos. A todos los pasajeros se les pidió que desalojaran las áreas de abordaje y que recogieran su equipaje. Cientos de personas iban de un lado a otro tratando de solucionar sus problemas de transportación, alojamiento y comida. Gracias a Dios, con la ayuda de mi hermana que vive en los Estados Unidos, pude cambiar mi vuelo para el lunes.
A esas alturas era imposible salir del aeropuerto. Por lo tanto, también procedí a cubrir mis necesidades básicas para los próximos dos días. El aeropuerto estaba muy frío ya que las puertas automáticas se abrían y se cerraban dejando entrar una brisa helada. Encontré el mejor lugar posible y me senté en el suelo a esperar a que pasara el tiempo. Para cuando llegué a casa había viajado 74 horas y pasado tres noches y tres días entre aeropuertos y vuelos. Sin ducha, sin cama, sin privacidad y con largas horas de espera en el piso. Estaba agradecida por tener un buen libro conmigo.
Fue una experiencia terrible que me dejó una fobia a los aeropuertos y viajes, la cual duró por meses.
¿Obtuve algo bueno con esta experiencia? Después de meses de reflexión, me di cuenta que había tenido la rara oportunidad de experimentar, en cierta medida, lo que viven las personas indigentes. Estaba sola. En aquel momento no tenía un teléfono celular con plan internacional y la conexión inalámbrica (Wi-fi) no estaba tan generalizada como lo está hoy, así que me encontraba aislada de las personas que me conocían. En Inglaterra nadie me buscaba o esperaba (después me enteré que funcionarios del BWA y miembros del equipo me estaban buscando desesperadamente). Tenía que llevar mis pertenencias conmigo todo el tiempo y cuidar mi pequeño espacio en el suelo, el cual me servía de alojamiento. Los restaurantes del aeropuerto se quedaron sin alimentos la primera noche. En un momento dado, estaba tan cansada y necesitaba dormir. Afortunadamente tenía un cinturón conmigo, así que me acosté en mi parte de piso, con mi maleta, maletín y mochila atados a mi pierna, y dormí por horas.
Sí, hasta cierto punto, me pude identificar con algunas de las luchas que atraviesan las personas indigentes. Están aisladas de sus familias, no tienen una vivienda establecida, cargan sus pertenencias constantemente y tratan de cubrir sus necesidades básicas. Sin esta experiencia, probablemente nunca hubiera obtenido este nivel de identificación.
Lo que también gané fue una comprensión más amplia de la encarnación. Fue necesaria para que los seres humanos creamos que Dios realmente se identifica con nosotros/as. Fue también necesaria para darnos la posibilidad de identificarnos con lo Divino.
Cuando el Verbo se hizo carne, Dios se hizo un verdadero humano (Juan 1:14). Debido a esto, Jesús puede entender e identificarse con nuestras luchas de una manera profunda, misteriosa y diversa. El teólogo negro James Cone reconoce que Jesús fue judío. Sin embargo, él afirma también que Jesús se vuelve negro cuando penetra en la experiencia de opresión de la gente negra a fin de salvarla en su contexto particular. De manera similar, el teólogo méxico-americano Virgilio Elizondo afirma que Jesús fue un mestizo cultural (mixto), de una región despreciada (Juan 1:46) y con acento (Mateo 26:73). Como tal, se puede identificar con las luchas que las personas méxico-americanas, latinas, migrantes y refugiadas experimentan en los Estados Unidos.
Debido a que Jesús entiende tan bien lo que significa el ser humano, se identifica profundamente con todas las luchas humanas. Él sabe por lo que estamos pasando y, por eso, intercede constantemente por nosotros/as (Hebreos 4:15 y 7:25).
Pero a través de la encarnación, nosotros/as como seres humanos, tenemos la posibilidad de identificarnos con Dios también. Al observar a Jesús, la revelación más completa de Dios (Hebreos 1:1-3), aprendemos que el amor, la compasión, la paz y la justicia son grandes prioridades en el plan de salvación de Dios. También nos percatamos de la invitación a unirnos al proyecto de Dios de dar liberación y vida abundante a toda la humanidad.
Además, al identificarnos con las prioridades de Dios, podemos obtener un tan necesitado sentido de esperanza. Dada la realidad del mundo actual, esta esperanza es nuestro único camino hacia nuevos sueños y visiones para un futuro mejor. Asimismo, aprendemos que la única manera de materializar esta esperanza es invertir nuestras vidas en relaciones amorosas con Dios y con nuestro prójimo/a.
Mientras que mi experiencia en el aeropuerto fue involuntaria, la encarnación de Dios es admirable porque fue voluntaria. No fue fácil, pero ¡Dios nos amó tanto que decidió convertirse en uno de nosotros!
En muchos países de América Latina, la víspera de Navidad es conocida como “la Noche Buena”, y las flores de Pascua son reconocidas como “la flor de Noche Buena”. Me gustan estos nombres porque en realidad fue una buena noche: cuando Dios se hizo ser humano por amor para traernos salvación y esperanza.
Esta es la verdadera celebración de la temporada: Dios se hizo uno de nosotros para que la humanidad pudiera ser bendecida y transformada para siempre. Esta transformación aun sigue en proceso; celebremos pues “la Noche Buena” abrazando gozosamente la salvación de Dios, y uniéndonos fielmente al proyecto de liberación y esperanza de Dios en favor de toda la humanidad. ¡Amén!
¡Feliz Noche Buena para usted y sus personas amadas!