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Mayo es generalmente un mes con muchas emociones entremezcladas. Me tomó años entender lo que estaba sucediendo dentro de mí durante este mes, y por qué mis ojos se llenaban de lágrimas en los lugares más extraños y frente a acontecimientos ordinarios. Este año, una noche venía a casa de prisa para ver un partido de baloncesto con mi familia, traté de acelerar para alcanzar un semáforo en verde, pero no pude. Mientras esperaba que la luz roja cambiara, lágrimas empezaron a brotar de mis ojos. ¿Llorar debido a una luz roja? Esto está muy raro, pensé.
En lugar de apresurarme a llegar casa, di una vuelta inesperada y empecé a conducir sin rumbo fijo. Tuve la oportunidad de meditar y recordar que es mayo. Mayo es el mes en que digo adiós a una gran cantidad de estudiantes que se gradúan. Mayo es el mes en que leo muchas columnas y blogs acerca de mujeres que les encantaría ser madres, pero no pueden debido a problemas de infertilidad, y cómo el Día de las Madres es tan doloroso para ellas. Además, este mes de mayo ha sido difícil, pues he observado desde mi nueva oficina en la Universidad Bautista de las Américas, la demolición del antiguo campus. Durante diez días, he visto y oído maquinaria pesada golpear y derribar estos amados edificios.
Así que estacioné mi carro en una esquina, y lloré, no por una luz roja, sino por todo el duelo y la aflicción que estaba sintiendo.
Llegué a casa, vi el resto del partido, y luego fui a leer un capítulo que había escrito para un libro hace algunos años (Nora O. Lozano, “Nurturing Life: A Mother-Theologian Reflects” in The Divine Duet: The Call to Ministry and Motherhood, Alicia Porterfield, editora, pp. 61-65). Aquí está una breve sección de ese capítulo:
“Por la gracia de Dios, como maestra he sido confiada con las mentes y corazones de muchos/as estudiantes a lo largo de los años. He encontrado a este estudiantado, con grandes deseos de aprender, tanto en ambientes académicos formales y salones de clases, así como en ambientes más informales, tales como conferencias y talleres de iglesias. A lo largo de los años, he aprendido también que tengo que dejarles ir, y dejar que Dios siga trabajando en sus vidas. ¡Pero aprender esto no fue fácil!
… Las graduaciones son experiencias memorables y gozosas. Ciertamente lo son para las personas que se gradúan y sus familias y amistades. También lo son para mí como profesora, ya que veo como cada estudiante camina orgullosamente a la plataforma para recibir su título. Sin embargo, las graduaciones también son tristes, ya que me doy cuenta de que este grupo de estudiantes no volverá a caminar a diario los pasillos y aulas de la universidad. Esto hace que me encuentre inmersa en sentimientos mezclados de celebración y duelo. A veces experimento el mismo sentimiento de duelo en ambientes más informales cuando hablo en conferencias o talleres en diferentes lugares alrededor del mundo. Siento un duelo al pensar que mi tiempo con este grupo de estudiantes ha terminado, y que probablemente no les volveré a ver nunca más.
… En vez de sentirme inquieta debido al lugar en el cual dejé a este grupo de estudiantes, y cómo les pude haber ayudado más, reconozco que necesito estar agradecida por nuestro tiempo compartido, dejarles ir y dejar que Dios siga trabajando en sus vidas. Por lo tanto, una oración de gratitud por este tiempo compartido, una oración de bendición para ellos/as mientras continúan con la próxima etapa de su peregrinaje, y una oración por mí al dejarles en las manos de Dios, es la mejor respuesta en estos momentos de duelo”.
Después de leer mis propias palabras, seguí mi consejo y oré. Con lágrimas en los ojos, di gracias una vez más por la generación del 2017, y por todo el tiempo y las experiencias que compartimos. Les encomendé a los planes sabios, misericordiosos, y amorosos de Dios. Oré también por las mujeres que les encantaría ser madres, y por el futuro de la universidad. Finalmente, di gracias a Dios por su constante fidelidad y cuidado.
Las redes sociales han hecho la partida de mis estudiantes más tolerable. Hace algún tiempo, el día de graduación era verdaderamente un momento de despedidas, pero ahora tengo el consuelo de que a través de las redes sociales seguiré en contacto con muchos y muchas estudiantes, independientemente de dónde se encuentren, y que podré atestiguar las grandes cosas que harán.
Si bien es cierto que después de la graduación seguiré viendo a muchos y muchas estudiantes a través de las redes sociales, sé con seguridad que nunca volveré a ver los edificios del antiguo campus. ¡Ya no están! Pero los buenos recuerdos permanecen; recuerdos de la fidelidad y provisión de Dios; recuerdos de la forma en que Dios bendijo nuestros esfuerzos académicos; recuerdos de tantos/as estudiantes cuyas vidas fueron transformadas, y que han ido a hacer grandes cosas en el nombre de Dios; recuerdos de grandes discusiones teológicas, inspiradores servicios de adoración, risas en los pasillos y aulas, y también algunas lágrimas ocasionales.
Así que a pesar de que los edificios antiguos ya no están, y que muchos/as estudiantes se irán el sábado después de la graduación, las buenas nuevas son que nuestro Dios omnipresente irá con este grupo de estudiantes, y al mismo tiempo seguirá con el resto de la comunidad de BUA mientras continuamos aprendiendo y sirviendo el próximo ciclo académico. Las buenas nuevas son que la misión de la universidad permanece intacta a medida que avanzamos para seguir sirviendo a Dios y al estudiantado en un campus nuevo, hermoso y moderno, el cual es verdaderamente un regalo de Dios y un poderoso testimonio de la generosidad y fidelidad de las y los donadores.
Así que hoy estoy agradecida por edificios antiguos y edificios nuevos, por los buenos recuerdos y la esperanza de un futuro brillante, por estudiantes del pasado y del presente, pero sobre todo por la gracia de Dios que ha sostenido a la comunidad de BUA, y a mí personalmente a lo largo de los años. Así que a pesar de que cada mayo viene con muchas emociones entremezcladas y algunas lágrimas inesperadas, estoy agradecida por este mes porque siempre ofrece una oportunidad para la reflexión, el duelo, la oración, la gratitud, los recuerdos y la esperanza. ¡Dios nos ha mostrado sus bondades! ¡A Dios sea la gloria! ¡Amén!