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La cruz es uno de los símbolos más significativos y poderosos en el Cristianismo. A través de la historia ha sido percibida y usada de diferentes maneras. Ha sido una pieza central en reflexiones teológicas así como en el arte. Debido al poder que tiene, ha sido interpretada y reinterpretada para alcanzar propósitos diversos, algunos positivos y otros negativos.
Este año pasado tuve la oportunidad de reflexionar en piezas de arte que representan algunos de estos usos variados de la cruz.
En un viaje reciente a la Ciudad de México, mi familia y yo decidimos visitar el Castillo de Chapultepec, el cual alberga el Museo Nacional de Historia. Mientras caminábamos por sus salas, un mural capturó mi atención. Fue pintado en 1962 por Juan O’Gorman y representa una narrativa de la historia de México entre 1784 y 1814, período que cubre la última parte de la colonia y el principio de la independencia.
Como teóloga que soy, tiendo a poner mi mirada en los significados religiosos de piezas de arte. Este mural en particular me perturbó porque da testimonio tanto de una historia indígena dolorosa, como también de una reinterpretación opresiva de la cruz. Una sección del mural presenta a un hombre indígena crucificado, y en la parte superior de la cruz están las palabras: “Sea hecha tu voluntad”.
La otra parte del mural que captó mi atención fue un hombre indígena, amarrado a una columna, y sufriendo tremendamente con las acciones violentas de sus ejecutores. En la parte baja de la columna, hay una nota escrita a mano que dice: “Tal parece que los españoles trajeron a Cristo a América para crucificar al indio”. En medio de la columna hay otra inscripción que menciona: “Sepan los habitantes de esta Nueva España que habéis nacido para callar y obedecer y no discurrir, ni opinar, en los altos asuntos del gobierno”, firmado por el virrey.
Esta es una historia triste de la opresión indígena que pasó no solo en México, sino en muchos países latinoamericanos. Algunas personas indígenas fueron borradas completamente del mapa, mientras que otras sobrevivieron bajo duras condiciones de opresión. La teología que se usó para manipular a estas personas indígenas se centraba en el Cristo sufriente como un modelo de vida. El mensaje principal era: Hay que sufrir aquí en la tierra como Jesús, para luego, así como él, recibir la recompensa en el cielo. Esa es la voluntad de Dios.
Lo más triste de todo es que esa misma sensación de ser crucificado/a continua siendo expresada hoy en día a través del arte indígena en Chiapas, México. Al viajar a través de ese estado, es común encontrar piezas de arte que son una cruz que tiene a gente indígena crucificada, mujeres y hombres.
Esta semana al reflexionar en la muerte y resurrección de Jesús, hagamos tiempo para evaluar también nuestra perspectiva de la cruz. Si bien es cierto que la cruz durante el tiempo de Jesús representaba una gran humillación y un sufrimiento insoportable, hoy puede continuar siendo algo similar para aquellas personas que se sienten crucificadas por teologías opresivas.
El Dr. Justo González menciona que las personas protestantes son gente de la cruz vacía porque las cruces en las iglesias protestantes generalmente están vacías, al contrario de las católicas que tienden a tener en ellas a un Jesús crucificado. Él nos advierte, sin embargo, que hay un riesgo con las cruces vacías, el cual reside precisamente en que están vacías. Por lo tanto, la gente (nosotros/as) nos podemos sentir tentadas, consciente o inconscientemente, a colgar a alguien en esas cruces vacías.
Esta persona pudiera ser alguien que es diferente a nosotros/as mismas y a nuestra gente, y a quien sentimos la necesidad de controlar, manipular, castigar u oprimir. O tal vez, esta persona es alguien más familiar. Somos nosotros mismos/as que sentimos que necesitamos seguir sufriendo debido a nuestros errores/pecados pasados, o a algunas características que heredamos de nuestra familia de origen.
La imagen de la cruz es poderosa, y puede ser usada de formas negativas, pero también puede ser usada de maneras positivas. Ciertamente la vida nueva que la gente cristiana ha encontrado a través del acto de la cruz es algo salvífico.
Unos meses antes de mi visita al Castillo de Chapultepec, tuve la oportunidad de observar otra pieza de arte basada en la cruz. Ésta viene del arte popular peruano y representa a personas ayudándose unas a otras a cargar sus cruces en un acto de solidaridad. La misma solidaridad que Dios y Jesús demostraron hacia nosotros/as cuando Dios decidió dar a su propio hijo, y Jesús decidió dar su propia vida por nuestra salvación.
Al considerar este uso de la cruz, las preguntas del teólogo Ignacio Ellacuría, basadas en los ejercicios espirituales de San Ignacio, son particularmente relevantes pues nos invitan a considerar a las personas crucificadas de hoy en día y nuestra participación en su situación: “¿Qué he hecho para crucificarlas? ¿Qué hago para descrucificarlas? ¿Qué debo de hacer para que resurjan de nuevo?”
Esta semana santa representa una gran oportunidad para reflexionar en los usos opresivos de la cruz, así como también en los que son redentores, dadores de vida. Que sea un tiempo para revisar nuestras prácticas cristológicas, y así poder alinearlas con el Jesús que desafió todo tipo de opresión, e hizo todo lo que estaba en sus manos para aliviar el sufrimiento de la gente de su tiempo y del día de hoy.
Como personas cristianas nos fascina cantar himnos y coritos que expresen que queremos ser como Jesús. Al cantarlos, es pertinente que nos preguntemos: ¿Acerca de qué Jesús estamos cantando/predicando? ¿A qué Jesús estamos siguiendo? ¿Al que parece traer más opresión a la gente, o al que de verdad trajo liberación para todos los seres humanos? Ya que encontremos la respuesta, actuamos de acuerdo a ella.