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“Alguien está mintiendo”, le dije a mi hijo la noche del miércoles pasado mientras cambiaba los canales de televisión entre las cadenas de noticias de Estados Unidos y México. Las noticias principales eran sobre el viaje de Donald Trump a México ese día, y también sobre el discurso de inmigración que había dado esa noche en Arizona. A horas tempranas del día, Trump voló a la ciudad de México para reunirse con el presidente mexicano Enrique Peña Nieto para discutir asuntos importantes que afectan a las dos naciones, incluyendo el tema de inmigración. Los canales de noticias reportaron que durante una conferencia de prensa conjunta Trump afirmó que no habían discutido quién pagaría la construcción de un muro fronterizo. Sin embargo, las noticias de México mostraron una entrevista donde Peña Nieto decía que él había sido muy claro con Trump en relación a que México no pagaría por el muro. Era obvio, basado en los reportajes, que alguien estaba mintiendo.
Lo más seguro es que nunca sabremos la verdad en relación a lo que realmente pasó en esta reunión privada. Lo que sí sabemos es que uno de ellos está mintiendo. Esto no me sorprendió, ya que ambos, Trump y Peña Nieto, han tenido incidentes, conscientes o inconscientes, abiertos o velados, en los cuales han alterado la verdad al esconderla, omitirla, cambiarla, o manipularla.
Me dolió mi corazón después de ver las noticias. No me dolió por las mentiras; estoy acostumbrada a ellas, al menos de las que vienen de estos dos hombres. Me dolió por la gente.
Mucha gente mexicana estaba furiosa con el presidente Peña Nieto. Estaba molesta de que el presidente hubiera invitado a Trump. Estaba enojada porque durante la conferencia de prensa su presidente no confrontó de una manera más enérgica a Trump y a sus ideas. Se sentía insultada por el discurso de Trump. De hecho, la gente mexicana ha estado indignada con Trump desde el principio de la campaña presidencial de éste, en la cual describió a los mexicanos como traficantes de drogas, violadores y criminales.
Me dolió el corazón al ver a muchas personas de Estados Unidos emocionarse cuando Trump compartió un discurso permeado con odio, intolerancia, prejuicio, uniformidad y egocentrismo. Fue perturbador el observar cómo el odio puede estimular a las masas. Me sentí todavía más turbada al recordar tragedias y atrocidades históricas que se han suscitado cuando el odio es el motivador principal de una sociedad.
Me dolió el corazón también cuando pensé en la angustia, miedo e incertidumbre que las personas indocumentadas en Estados Unidos debieron de haber sentido con las noticias del día.
Me dolió el corazón porque llegué a este país como inmigrante, y conozco, hasta cierto punto, las luchas que enfrenta este grupo. Me dolió el corazón porque soy ciudadana orgullosa de estos dos países, y tengo raíces y conexiones fuertes en ambos. Me duele ver y escuchar sobre actos que promueven la división y el odio entre las gentes de estos países vecinos.
A estas alturas, algunas de las personas lectoras en ambos lados de la frontera pudieran estar pensando: “Bueno, sus lealtades están divididas. Ella tiene un pie aquí y el otro allá. No tiene mucha claridad sobre con quién debe de alinearse”.
Si bien es cierto que existo en una realidad multifacética, la cual describo como muy enriquecedora, ésta trae en sí sus desafíos propios. Sin embargo, creo que estos desafíos no son tan diferentes a los que tiene cualquier persona cristiana que es llamada, dentro de sus particularidades, a vivir de acuerdo a los valores del Reino de Dios. De tal manera, que el asunto real aquí no se trata de lealtades a líderes terrenales o a naciones, sino que se trata de lealtad a Dios, Jesús, el Espíritu Santo, y a lo que se expresa en la Biblia. En este sentido, cada persona cristiana fiel, sin importar su nacionalidad o etnia, enfrenta la misma prueba.
Sobre el tema de la gente inmigrante y refugiada, la Biblia sigue diciendo:
Cuando el extranjero habite con vosotros en vuestra tierra, no lo oprimiréis. Como a uno de vosotros trataréis al extranjero que habite entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo, Jehová, vuestro Dios (Levítico 19:33-34).
Cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás hasta el último rincón de ella ni espigarás tu tierra segada. No rebuscarás tu viña ni recogerás el fruto caído de tu viña; para el pobre y para el extranjero lo dejarás. Yo, Jehová, vuestro Dios (Levítico 19:9-10).
Porque Jehová, vuestro Dios… que hace justicia al huérfano y a la viuda, que ama también al extranjero y le da pan y vestido. Amaréis, pues, al extranjero, porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto (Deuteronomio 10:17-19).
Al extranjero no engañarás ni angustiarás, porque extranjeros fuisteis vosotros en la tierra de Egipto (Éxodo 22:21).
Porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me recogisteis (Mateo 25:35).
Porque toda la Ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Gálatas 5:14).
Además de estos pasajes, la Biblia alude a héroes y heroínas que tuvieron que migrar para encontrar la seguridad y el refugio necesarios para poder cumplir el propósito de Dios para sus vidas, entre ellos Abram (Génesis 12:1, 10), Jacob (Génesis 46:1-7), Rut (Rut 1:15-22), y Jesús y su familia (Mateo 2:13-15). Al migrar, Dios les protegió y proveyó para sus necesidades.
Ahora, algunas personas podrán decir que la Biblia habla también acerca de obedecer a las leyes y autoridades terrenales (Romanos 13:1-7). Sin embargo, como gente cristiana nuestra primera lealtad debe de ser a los decretos de Dios. Por lo tanto, debemos esforzarnos por promover leyes terrenales que apoyen los valores divinos, y cambiar/abolir aquellas que los contradicen (Hechos 5:29).
Pero las noticias del miércoles sobre Trump van mucho más allá de las mentiras y la inmigración. Están relacionadas con odio, desconfianza, sospecha, uniformidad y egocentrismo. Se tratan de crear un ambiente de odio que abrirá la puerta a un espíritu maligno que se quedará con nosotros/as como nación por muchos años, y eventualmente se tornará en nuestra contra. No sólo en contra de algunas personas, sino en contra de todas, sin excepción.
Normalmente trato de mantenerme alejada de la gente que miente y cuenta chismes. Si mienten abiertamente ante mí acerca de algo o alguien, sé que eventualmente me mentirán a mí también. Si una persona me dice un chisme acerca de alguien, sé que eventualmente va a decir un chisme acerca de mí. Creo que lo mismo se aplica a la retórica de Trump. Si una persona incita a un espíritu de odio ante mí en contra de alguien más, sé que eventualmente ese mismo odio se tornará contra mí por la razón más inesperada.
Cuando el odio se promueve, no hay seguridad para nadie. Eventualmente, todas las personas seremos víctimas de esa retórica de odio.
Realmente ésta es una temporada de elecciones muy desafiante, pero indistintamente de la temporada o los eventos, el llamado constante para las personas cristianas fieles es el continuar con la promoción de los valores de Dios, tales como la justicia, paz, amor, misericordia, vida abundante, hospitalidad y verdad. Dios nos ayude a vivir de acuerdo a estos valores ahora y en el futuro por venir. ¡Amén!