Por Nora O. Lozano
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La semana pasada el asunto de inmigración regresó a las noticias, cuando el reportero México-Americano Jorge Ramos cuestionó a Donald Trump en relación a sus planes, si llega a ser presidente de Estados Unidos, de deportar a millones de inmigrantes. Simultáneamente se dieron noticias acerca de la crisis migratoria o de refugiados/as en Europa cuando 54 personas murieron tratando de cruzar el Mar Mediterráneo, y un número significante de cuerpos fueron encontrados en una camioneta en Austria. Estas personas intentaban llegar a Europa Occidental en busca de una mejor vida.
La semana pasada vi también en Facebook un intento de reproducir un movimiento inglés: La campaña “soy un inmigrante”. Este movimiento “busca desafiar la retórica negativa contra las personas inmigrantes, celebrarlas y proveerles una plataforma para compartir su historia”. Básicamente, las anima a compartir su foto, lugar de origen y contribuciones al Reino Unido.
Estos eventos me hicieron reflexionar en mi historia. Al considerar unirme a este movimiento, recordé que llegué a los Estados Unidos en un día como hoy, hace 28 años (2 de septiembre de 1987), con una visa de estudiante, una maleta, $200.00 dólares y muchos sueños. Con la bendición de Dios, la generosidad de donadores e iglesias, y trabajo arduo, obtuve una educación excelente. Eventualmente Dios me llamó (para mi sorpresa y contra mis deseos), a establecer mi residencia y lugar primario de servicio en este país, y obtuve una segunda ciudadanía.
Comparto esta parte de mi historia por varias razones. Quiero desafiar algunos de los estereotipos o generalizaciones en este país en relación a las personas inmigrantes, especialmente mexicanas, los cuales las califican como gente indocumentada, floja y torpe, y más recientemente como traficantes de drogas y violadores. Si bien es cierto que algunos inmigrantes han cometido crímenes, la mayoría son buenas personas que aman a este país y que contribuyen a su bienestar.
Segunda razón, quiero animar a estudiantes internacionales y a las minorías raciales a que sueñen — y a que sueñen en grande. Yo soy testimonio de que los sueños se pueden convertir en realidad. Alcanzar sueños educacionales requiere trabajo arduo y muchos sacrificios, pero vale la pena. No cambiaría por nada el conocimiento y las experiencias que he adquirido. Siguiendo el modelo de la campaña “soy un inmigrante”, quiero compartir que soy una inmigrante mexicana. Tengo una licenciatura, una maestría en divinidades, una maestría y un doctorado en filosofía con especialización en estudios teológicos y religiosos, y recientemente me fue otorgado un doctorado honoris causa. Pensé que venía a Estados Unidos por dos años, pero estoy empezando aquí mi año número 29. Me encantaría regresar a vivir a México, pero al parecer Dios tiene otros planes. Mis contribuciones principales han sido criar a una hija y a un hijo que hasta el momento, y con la bendición de Dios, están en camino de llegar a ser personas productivas y de bien; y haber enseñado a mucha gente (varios miles, ya perdí la cuenta) a través de la palabra hablada o escrita, en Estados Unidos y alrededor del mundo, en el campo de estudios teológicos, bíblicos y de liderazgo.
La tercera razón y la más importante, esta historia es un testimonio de la gracia de Dios. Aquí Dios es el verdadero héroe. Dios me guió a las personas y lugares correctos, proveyó para todas mis necesidades, y me dio las fuerzas para continuar a través de circunstancias difíciles. Considero mi peregrinaje y cualquier contribución que se haya hecho a través de éste, como regalos de Dios.
Al escribir esto, reconozco que el asunto migratorio es complejo. Si bien es cierto que personas migran debido a oportunidades educacionales y vocacionales, la mayoría de la gente lo hace debido a cuestiones económicas (migrantes) y crisis políticas (refugiados/as). Muchas de estas personas preferirían permanecer en sus países de origen si encontraran formas de mantener a sus familias y/o las condiciones para vivir en paz y con seguridad.
Una solución viable requerirá el repensar e implementar estrategias y prácticas más justas a nivel mundial en cuestiones de economía y política. Si bien es cierto que la persona común, como usted y yo, no va a generar este cambio masivo, si hay algunas cosas que podemos hacer:
• Infórmese acerca de los asuntos de fondo, especialmente de las razones primordiales a nivel político y económico que desatan las crisis migratorias y de refugiados/as. Apoye agendas políticas y económicas a nivel nacional y mundial que promuevan el bienestar de todas las hijas/os de Dios y nuestra casa común, el planeta tierra.
• Haga amistad con una persona inmigrante o refugiada. Escuche su historia, y vea más allá de los estereotipos sociales.
• Si usted es un inmigrante o refugiado/a, comparta su historia. Estoy consciente que muchas personas inmigrantes pertenecen al grupo que se les llama “invisibles” porque viven en las sombras por temor a la deportación. Sin embargo, si puede hacerlo de una manera segura, por favor comparta su historia.
• Si usted o su iglesia pueden hacerlo, encuentren maneras de apoyar a la gente en los países pobres para que puedan vivir en paz y con dignidad. Recuerde, muchas personas inmigrantes y refugiadas no querían migrar, pero se vieron obligadas a hacerlo por razones políticas o económicas. Si bien es cierto que obras caritativas y de benevolencia pueden ser buenas soluciones a corto plazo, por favor considere el proverbio chino que dice: “Regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enséñalo a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida”. Cuando sea posible, compre productos que lleven el sello de “comercio justo”, y apoye iniciativas educacionales que empoderen a la gente a volverse autosuficiente.
• Viva modestamente. Este mundo tiene recursos limitados. Si las personas en los países ricos consumen la mayoría de estos recursos, otras personas serán condenadas a una vida de pobreza que las hará considera el migrar. Además, al consumir menos, la gente en los países ricos tendrá una mayor posibilidad de ser generosa con sus recursos.
• Si todavía está luchando con el debate más común entre la gente cristiana sobre el tema de inmigración:
Las personas inmigrantes e indocumentadas violaron la ley de este país y deben de ser castigadas. (Romanos 13:1-7).
Versus
“Cuando el extranjero morare con vosotros en vuestra tierra, no le oprimiréis. Como a un natural de vosotros tendréis al extranjero que mora entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo Jehová vuestro Dios (Levítico 19:33-34).
Por favor vea un documental excelente producido por EthicsDaily: Evangelio sin fronteras (Gospel without Borders).
• Después de considerar todos estos asuntos y acciones, pregúntese: ¿Qué haría Jesús? Por cierto, él y su familia fueron personas refugiadas, tuvieron que migrar a Egipto para proteger la vida de Jesús (Mateo 2:13-18).
¡Gracias por leer esto!
Soy Nora O. Lozano y soy una inmigrante.