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La semana pasada fue la gran apertura del nuevo campus de la Universidad Bautista de las Américas. Personas donadoras, líderes bautistas, facultad, personal administrativo y estudiantes tanto de hoy como del ayer, se reunieron para celebrar y agradecer a Dios por estas instalaciones nuevas. Verdaderamente fue un gran día.
Como parte de la ceremonia, fui invitada a compartir algunas reflexiones. Hablé sobre los dones transformadores del dar y recibir, y de los milagros que se dan cuando personas se involucran en estas acciones.
Mencioné que la universidad ha estado rodeada de milagros, especialmente el milagro de este campus nuevo y moderno. Luego compartí acerca de los milagros que he visto en el estudiantado. Llegan con muchos desafíos, y de alguna forma, a través de sus estudios, son empoderados para creer que en el nombre de Cristo pueden experimentar una transformación. Más adelante, al ir abrazando este proceso, se dan cuenta también que pueden llegar a ser agentes de transformación en sus círculos de influencia.
Continué compartiendo que estos cambios son verdaderamente milagros de Dios. Sin embargo, todas las personas juntas, donadores, facultad, y personal administrativo somos instrumentos en las manos de Dios para hacer que estos milagros se hagan tangibles en las vidas del estudiantado y sus comunidades.
Mientras me preparaba para la ocasión, recordé como yo he estado en ambos polos.
Como estudiante, fui receptora de donaciones generosas tanto por parte de la denominación, de instituciones, como de personas individuales. Estas donaciones me permitieron obtener una educación excelente. Otras personas dieron de diferente manera. Cuando estaba en el seminario, acostumbraba recibir en el correo, de vez en cuando, tarjetas animándome a seguir adelante. Estas normalmente estaban firmadas por una mujer, la cual me decía que estaba orando por mí. A menudo, el sobre contenía también un billete de cinco o diez dólares. Muchas de estas personas generosas nunca supieron exactamente quién era yo, o quién llegaría a ser, pero a pesar de esto dieron fielmente y con generosidad. Siempre estaré agradecida por sus oraciones y donaciones, las cuales fueron de mucha bendición en mi vida.
Después de terminar mis estudios, continué experimentando la generosidad de personas donadoras, aunque de otra forma. Normalmente hoy en día no soy la beneficiaria directa de donaciones, pero aún así siempre estoy muy agradecida por la gente que dona para apoyar organizaciones donde he servido ya sea como miembro del consejo directivo, del personal administrativo o de la facultad.
Como receptora, tendría que escribir muchas columnas para compartir todas las formas en las cuales personas han sido generosas conmigo. He sido transformada por sus recursos financieros, oraciones, tiempo y por las oportunidades que me han brindado. Además, debido a su confianza he sido desafiada a dar lo mejor de mí misma.
Por otro lado, soy también donadora. Aunque de ninguna manera podría será catalogada como una donadora principal de alguna organización, sé sin embargo, que puedo ser descrita como una donadora constante. Si bien es cierto que Dios no necesita, ni depende de mis contribuciones para lograr sus propósitos divinos, sé que necesito dar porque es benéfico para mí. Como donadora he experimentado tanto el gozo de compartir, como el enriquecimiento y plenitud que sólo la generosidad puede traer al corazón. Además, al ser donadora común, con recursos limitados, he aprendido que el dar es un ejercicio de fe y confianza. Al dar, tengo fe que Dios continuará proveyendo tanto para mí como donadora, como también para la persona receptora. Tengo confianza, también, que Dios multiplicará milagrosamente los pequeños recursos que he dado.
Si bien es cierto que las donaciones financieras son cruciales para el bienestar de cualquier organización, temprano aprendí que el dar se presenta de maneras diversas. Como participante del Auxiliar de Niñas recitaba constantemente el pacto, el cual decía: “practicar la mayordomía de mi tiempo, de mi dinero y de mis talentos, adornar mi vida con buenas obras…”.
A través del dar y recibir, muchos milagros se suscitan. Ambas, la persona que da, como la que recibe, son transformadas. Para la gente cristiana, estos actos se dan dentro del contexto de la diversidad del cuerpo de Cristo. Hay cosas que yo no puedo hacer, pero que alguien más las puede hacer, y viceversa. Uniendo esfuerzos, podemos hacerlas en conjunto.
Tan pronto como terminé dos de las tareas más importantes de mi vida, tener a mi hija y a mi hijo, y obtener mi doctorado, Dios empezó a abrir puertas para que me involucrara en ministerios que requerían costosos viajes internacionales. Cuando recibía estas invitaciones, me sentía llamada a ir, pero me preguntaba cómo llegaré hasta allá. Personalmente no tenía los fondos, y tampoco mi institución los tenía.
Mientras oraba por esto, una querida hermana me dijo: “No te preocupes por el dinero, lo encontraré, solamente di que sí”. Semanas más tarde llegó a mi universidad un cheque grande, designado para mis necesidades de gastos de viajes. Tenía la bendición de conocer a la donadora, una hermana de edad avanzada de mi iglesia quien ahora está en la presencia de Dios, y quien fue sensible tanto a las oportunidades de servicio como a mi necesidad. Por años esta hermana generosa patrocinó mis viajes ministeriales internacionales. Ella solía decirme: “Yo no puedo ir a esos lugares. Yo no sé hacer lo que tú haces, pero te puedo enviar, y tú haces el trabajo”.
En las palabras de Henri Nouwen, esta hermana y yo nos encontramos “en el fundamento común del amor de Dios”. Ella dio sus recursos, y yo di mi tiempo y conocimiento, y juntas, con la bendición de Dios, logramos hacer muchas cosas buenas. Nouwen afirma: “Cuando aquellas personas con dinero y aquellas que lo necesitan comparten una misión, vemos, en el Espíritu de Cristo, una señal importante de vida nueva”. Ni esta hermana ni yo llegaremos a conocer el impacto completo de nuestras acciones conjuntas, pero confío que dentro de los planes de Dios estos esfuerzos siguen produciendo vida nueva y abundante.
No sé cuál sea su llamado en particular, pero cualquiera que sea, por favor hágalo.
Si tiene el llamamiento a dar, hágalo generosamente, y confiando que Dios va a continuar proveyendo, como también multiplicando los fondos que ha dado.
Si tiene el llamamiento a ser un puente que conecta a quienes dan y a quienes reciben, hágalo diligentemente. Algunas veces solamente usted conoce a la persona donadora y a la receptora, y al conectarlas estará desatando una poderosa fuente de cooperación que será de mucha bendición.
Si tiene el llamamiento a ser la persona receptora, reciba los fondos con responsabilidad y gratitud. Dios y la persona donadora le han confiado esos recursos, así que ejerza una buena mayordomía sobre estos. Además, por favor exprese su agradecimiento tanto a Dios como a la persona donadora. Finalmente, mande un reporte sobre cómo se usaron los fondos. He escuchado muchas historias de gente donadora que dio generosamente, y luego se desanimaron porque la persona receptora nunca les agradeció, ni les reportó nada.
Ya sea dando, recibiendo, o siendo un puente, todas las personas somos parte del cuerpo de Cristo. A veces estos papeles se alternan constantemente cuando nos involucramos simultáneamente en todos ellos. Cualquiera que sea su llamado, considérelo como un privilegio y hágalo con gozo porque como enfatiza Henri Nouwen: “… al ministrarnos unas personas a las otras, cada una desde su riqueza, trabajamos juntas para promover la venida completa del Reino de Dios. ¡Amén!