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Hace unos días, mi hija y yo platicábamos sobre una invitación que yo había recibido para enseñar una clase de verano en una escuela muy prestigiada en el noreste del país. Le dije: “Si hubiera aceptado esta invitación, mi vuelo habría sido hoy. Estoy muy contenta de haber dicho ‘no’. No puedo ni imaginarme el estar fuera de casa otra vez por dos semanas”.
Por supuesto, fue difícil decir “no”. Esta clase representaba una gran oportunidad para enseñar en esta escuela en particular, pasar dos semanas en esa área del país y visitar a algunas amistades. Cuando compartí esta invitación con una de mis compañeras de trabajo, percibiendo la gran oportunidad, también se sorprendió de que yo hubiera dicho “no”.
Esta experiencia me llevó a reflexionar sobre mis interacciones con la palabra “no”.
Como mujer mexicana cristiana, se me enseñó a que no debía decir “no”. Vengo de una familia de mujeres bautistas fuertes a quienes les encantaba asistir a las reuniones de la Unión Femenil Misionera. Así que cuando era una niña pequeña, se aseguraban de que yo participara en los eventos del Auxiliar de Niñas. Estos fueron años formativos en los que estuve rodeada de maestras/consejeras que eran sabias, afectuosas y fuertes también. Durante ese tiempo, una de las historias bíblicas favoritas que escuchaba repetidamente fue la de Ester.
Por supuesto, las conferencistas siempre alababan a Ester ya que era sabia, valiente y también hermosa. Por el otro lado, estaba la reina Vasti, que también era hermosa y valiente, pero su problema era que se atrevió a desafiar al rey diciendo “no” a su mandato de presentarse ante sus amigos. Debido a esta acción, la reina Vasti recibió un castigo: ser destituida de su puesto como reina.
De manera implícita, estas narraciones me enseñaron que era incorrecto el decir “no”. Si decía “no” entonces podría ser castigada como la reina Vasti. Debo confesar que no recuerdo a alguien en particular que me haya dicho esto abiertamente. Esta fue la manera en que interpreté la narrativa a través de los lentes de mi cultura y género. Había oído esta historia tantas veces que sentía que la conocía de memoria. Por lo tanto, durante mi adolescencia y principios de juventud, no recuerdo el haber hecho ningún esfuerzo especial por estudiarla de nuevo.
Tuve un reencuentro con esta historia durante mis años en el seminario. La Dra. Elouise Renich Fraser, profesora de teología sistemática, así como de teologías contemporáneas y de las mujeres, decidió predicar en capilla una serie de sermones sobre el libro de Ester. Cada semestre esperaba ansiosamente la ocasión en que ella iba a predicar. De hecho, esperaba ansiosamente cualquier oportunidad de escucharla y aprender de ella. Por ejemplo, después de haber tomado todas las clases que ella ofrecía, decidí inscribirme por segunda vez en su clase de teología feminista. No fue debido a que había reprobado la primera vez (saqué un cien las dos veces), era más bien que sus ponencias y enseñanzas me maravillaban. La segunda ocasión que tomé la clase lo hice como un estudio independiente. Solicité que uno de los requisitos para pasar el curso fuera asistir a todas las ponencias y discusiones en el salón de clase. De hecho, las enseñanzas y modelo de la Dra. Fraser se volvieron tan importantes en mi vida que decidí que sería también una teóloga.
En su sermón de apertura sobre el libro de Ester, la Dra. Fraser predicó sobre el uso de la palabra “no”. Siempre había escuchado que la reina Vasti fue irrespetuosa y desobediente porque le dijo “no” al rey, pero esta interpretación alternativa mencionaba que tal vez ella dijo “no” como una cuestión de supervivencia. El rey y sus amigos habían estado bebiendo durante días, y parecía que el rey sólo quería exhibirla ante estos amigos que estaban ya borrachos. Tal vez Vasti sabía que iba a ser acosada y temía por su seguridad (Ester 1:1-12).
Después de enterarse de que la reina se negó a obedecer, el rey se enfureció y pidió consejo a los sabios de ese tiempo. Estos hombres decidieron que la reina debía de ser destituida de su puesto. Por primera vez me percaté de la razón de fondo, los hombres temían que siguiendo el ejemplo de Vasti, todas las mujeres se rebelarían contra sus maridos (Ester 1:13-22). Por lo tanto, independientemente de la validez de las razones de Vasti para desacatar la orden del rey, debía ser castigada.
La Dra. Fraser continuó desafiando a la audiencia a reflexionar sobre nuestras interacciones con la palabra “no”. Cuando decimos “no”, y cuando otras personas nos dicen “no”. Finalmente, nos invitó a reflexionar sobre el “no” de Dios y a aceptarlo con confianza y humildad, reconociendo que Dios conoce todo mejor. ¡Fue un sermón maravilloso!
Si bien es cierto que el decir “no” puede ser arriesgado y traer consecuencias inesperadas, aprender a decir “no” es muy importante. Nos ayudará a establecer límites saludables y a evitar relaciones desgastantes y/o abusivas tanto a nivel personal, profesional o ministerial.
Decir “no” es difícil para cualquier persona, sin embargo, es mucho más complicado para quienes están en el ministerio. Como el ministerio representa el hacer la obra de Dios, decir “no” a una oportunidad ministerial a menudo puede sentirse como que le estamos diciendo “no” a Dios. Aquí es importante preguntarse: ¿Por qué hago lo que hago? ¿Estoy complaciendo a Dios con mis acciones o a alguien más? ¿Puede alguien más hacer esta tarea? Las razones internas para seguir diciendo “sí” hasta el punto del agotamiento ministerial pueden incluir: cuestiones de poder y control, la urgencia de sentirse necesario/a o indispensable, o un complejo mesiánico donde el siervo o sierva siente que tiene que salvar al mundo.
Si decir “no” es importante, la forma en que decimos “no” es igual de importante.
Mi amiga y colega Zoricelis Dávila, profesora del Instituto de Liderazgo para Latinas, enseña que la palabra “no” es una frase completa. ¿Cómo es eso? Por supuesto que gramaticalmente hablando esto es falso. Sin embargo, lo que ella quiere decir, es que a menudo debemos decir “no” sin dar tantas explicaciones innecesarias que luego pueden usarse en nuestra contra.
Si bien es cierto que decir o escuchar un “no” es difícil, tengo bien claro lo que he ganado al usar y aceptar la palabra “no”. He ganado una vida más equilibrada, un sentido de ser protagonista principal de mi vida, una oportunidad para reevaluar y decidir estrategias de acción, una salida a relaciones tóxicas, y un sentido de respeto a la voluntad de Dios para mi vida.
Ahora, reconozco que como mujer perteneciente a un grupo minoritario, a veces puedo escuchar “no” simplemente debido al hecho de que soy una mujer latina. Es importante reconocer estos “no” y su carácter discriminatorio, y desafiarlos.
Como personas creadas a la imagen de Dios, y siguiendo su ejemplo, debemos recordar que a veces es de beneficio usar la palabra “no”. Sin embargo, decir y recibir un “no”, requiere sabiduría y discernimiento. Realmente es un trabajo arduo, pero uno que vale la pena. Dios nos conceda la valentía y sabiduría para decir y recibir la palabra “no” en los momentos y circunstancias apropiadas. ¡Amén!